Monday, August 02, 2010

La ley de la atracción

Una buena voz: la que excita o acompaña. Profunda, rocosa, aterciopelada. De timbre limpio y rebelde.

Un buen libro: que no se pierda en artificios. ¿Por qué demostrar tanto si se es tan poco? Cuenta una buena historia, cuéntala bien y hace que me cuestione cosas. No me hagas saltar páginas buscando la solución. Si no vas a hacerme disfrutar de la lectura, dedícate la publicidad.

Una buena película: la que te emociona, te atrapa, hace que olvides todo, como abandonarte a la música en la pista de baile.

Hoy he entrado en el FNAC buscando yo qué sé, aunque supongo que sí lo sé. Me encontré allí sin querer, de camino… Y he salido con ganas de vomitar. ¿Era aquello entrecortado Eclipse, el de Floyd? ¿Y por qué no hay ningún libro de mi escritor favorito, ni en traducción? ¿Y este monstruo militar, maniquí en el centro del hall que ni siquiera muestra su rostro?

Como autómatas entramos en los juegos para probarlos, y abrimos los libros, deseosos de una revelación, y vamos al cine, buscando diversión u olvido y jugamos a ser entendidos de música, cuando la música ha perdido la dimensión.

¡Ah, el intelecto, esa flor de pasión!

Esta mañana un muchacho leía en el tren a Spinoza.

Existe una teoría científica, la ley de la atracción, que ya han demostrado y por eso es ley, y no teoría ni filosofía, según la cual el individuo, una vez identifica lo que quiere, atrae hacia sí, como epicentro de su propio universo, todo lo necesario para que su deseo se cumpla. Casualidades, suerte, señales, providencias…

Una familia en blanco y negro posa en un comedor con flores de lis en el papel de la pared. Todos miran a cámara, excepto el bebé, que mira a la cafetera.

Un hombre humilde llama a la puerta y pide para comer y beber. Le doy de comer y beber y el dinero que llevo encima y se echa a llorar de gratitud, porque en tres horas llamando a las puertas, con la vergüenza que le da y el calor que hace, no ha sacado ni un euro, ni nadie le ha ofrecido de beber, ni de comer y ahora…

Al despedirle le digo que arregle su currículum. Y me siento ruín. Ese hombre necesita un abrazo, una morada, un nuevo comienzo y no un consejo.

Pronto voy a echar tanto de menos que sólo de pensarlo me encojo.

1 comment:

  1. Pues gracias por tu alegría. te escribiré.

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