El mundo estaba por rehacer.
Excitación. A punto de saltar al vacío y no saber qué. Mutaciones
en las vidas, siempre hacia adelante, con el legado de un siglo de
lucha por la justicia.
Una década para la búsqueda de la
expresión individual, una década para sentar cimientos y
profesionalidad, otra para exorcizar los crímenes de la humanidad,
con descaro y desafío. Y al fin, un opresivo fin de siglo en el que
la impotencia obligó a trabajar duro por el cambio de conciencia.
En la internet de los 90 soñábamos la
revolución silenciosa de los agazapados. En la Europa de los trenes,
soñábamos con viajar sin pasaporte. El cine, la literatura, la
música, nos inspiraban y guiaban. Todo eran señales. Señales de
cambio.
1999 fue el fin de 40 años de
somatización de pecados que otros cometieron.
En los 2000 la revolución está
sucediendo, sin pausa. La gran lucha por el cambio de conciencia tuvo
sentido, valió la pena, arraigó.
No a la guerra. No a la especulación.
No a los desahucios. No a la mutilación genital. No a la violencia.
No al abuso. No al fraude. No a la explotación. No a los
transgénicos. No a monopolios ni oligopolios. No a la
discriminación. No al juego de nuestras vidas en bolsa.
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