Friday, March 23, 2007

Pertenencias

Hay quien no consigue deshacerse de los recuerdos. Y hay quien no quiere.

Viajo con una mochila y un saco. No guardo fotos, ni libros, ni discos. Mis posesiones temporales andan esparcidas en casas de amigos que sí guardan y así mis recuerdos se funden con los de ellos.

Tengo amigos que guardan los juguetes de cuando eran pequeños o sus primeros dientes. Y otro que atesora fotos, videos e incluso las primeras herramientas con las que comenzó sus bricolages electrónicos. Yo no tengo mi primera muñeca, ni la pizarra en la que dibujaba, ni las cartas de Marcial, tan bonitas, que durante tres años llegaron a casa cada semana, después de una tarde de lluvia en un refugio del Pirineo, cuando nos conocimos, él con quince años, yo con uno menos. Pero me acuerdo… No sé si acordarse es suficiente, no sé si los recuerdos valen, cuando no hay pruebas materiales.

Tampoco conservo mis prendas favoritas de ropa, que se han ido extraviando en el tiempo. A veces revuelvo en la mochila en busca del vestido azul: “juraría que estaba aquí dentro”. No recuerdo cuál fue la última vez que vi aquellas botas de piel tan cómodas, punkies pero elegantes, que nunca se desgastaban. También me deshice de la primera novela que escribí con la vieja Olivetti que entonces era, aunque de tercera mano, bastante nueva. Ni qué decir tiene que en su momento pensé que no valía la pena cargar con aquellas páginas y que afortunadamente no he cambiado de opinión.

Hasta hace poco aún tenía una montañita de posesiones preciosas en casa de mis padres: los apuntes de la universidad (en aquella época dibujaba a la tinta de fábula y con ese único propósito los conservaba), algunos libros selectos, antigua ropa de aeróbic de competición que el tiempo ha convertido en hortera y que mi cuerpo ya no podría lucir sin miedo. Mis padres se iban y yo estaba otra vez en una situación en la que hubiera sido imposible (quizás sólo muy incómodo) acumular objetos. Metí todos mis diarios en una caja (todos menos aquel primero que quemé en un despiste emocional de los míos, a los trece años) y los dejé en custodia de mi tía. Pronto voy a ir a recuperarlos, mi única pertenencia.

1 comment:

  1. querida stella, que envidia ser tan ligera. a veces pienso en qué haría si perdiera el piso, dónde metería tantos libros y tantas cosas si tuviera que alquilar una habitación, qué terrible... espero que no me pase nunca porque realmente no sabría qué hacer.
    nos vemos el domingo!

    paula

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