Casi ni vale la pena que escriba esta entrada por lo obvio, común y aburrido que resulta volver a hablar de precios.
El otro día comenté a Lorca que me fascinaba su paciencia para conseguir los pequeños componentes que necesita para sus artefactos electrónicos, con tal de ahorrarse unos euros. Llegan por correo desde aparatos a los que ya no son útiles en recónditos pueblos de Ohio o
Por lo general, sin darme cuenta y quizás por esa tendencia mía a ser superficial, miento; porque luego he reflexionado en todo el tiempo que he invertido en conseguir unas botas. Y eso que no pido nada extraordinario: que sean cómodas, de piel y que las pueda pagar. Llevo persiguiéndolas desde las rebajas de enero y ya estamos casi en las de abril, que este año parece que duran.
Era hoy o nunca, porque he cobrado extrañamente temprano este mes. Y he tomado la decisión de desistir después de probarme con calzador unas que ni siquiera eran mi número y ni siquiera me gustaban (las modas de este año/los horribles tacones/los diseños horteras), sólo porque costaban 90€, lo más barato que he conseguido encontrar después de tres meses de búsqueda de coleccionista. No sé, quizás a alguien le parezca una suma razonable, pero a mí me dan ganas de coger un tren lejos y ver por ahí qué encuentro. Quizás lejos de esta ciudad los precios sean distintos, quizás me acabo gastando lo mismo pero me habré pegado una buena excursión. O quizás la globalización hará que no me compre nunca unas botas que las pobres viejitas de siempre no consiguen vender, porque les costaron caras a ellas también, aunque ya sabemos que quién las hizo no cobró mucho por ellas.
confieso que me miro los precios pero compro, pago y callo; soy incapaz de no comprar rápido, por lo general encuentro cosas similares a las que busco. no sé. a veces compro sin probarme ni siquiera la ropa y luego milagrosamente me sirve. cosas... costumbre... un beso, stella!
ReplyDeletepaula