No basta con amar, trabajar, expresar. Hay que hacerlo mejor que los demás.
Luego Occidente llega a Oriente con síntomas de una extraña enfermedad: ojos sin brillo, cuerpo inerte, anhelo de muerte y Oriente pregunta, ante el disfraz, ¿De qué vas? y Occidente responde De Presión.
La oferta humana ha creado una extraña simbiosis, aquello que por la lógica del aplastamiento debería llevar a
Y el animal que somos, que responde a todos los estímulos porque de ello depende su supervivencia, explota o se retrae. Creamos asesinos (espontáneos o a sueldo) y neuróticos.
Aquí ya no somos hermanos ni hermanas.
Para entrar en el tren hay que apretar, empujar, pisar, apartar, incluso herir, si hace falta. No sea que lleguemos un minuto tarde y perdamos nuestro puesto de trabajo. Cualquiera está esperando a que fallemos, para reemplazarnos. Y cualquiera lo puede hacer mejor.
A menos que aceptemos que el precio a pagar para vivir en esta sociedad y ser feliz en ella sea la persecución del éxito social, profesional y sentimental, a menos que seamos capaces de mirarnos a la cara y sonreír, a menos que nos convirtamos en portadores de luz, de esperanza.
Todos y todas somos estrellas. ¿Y si brilláramos al máximo?
Duendes, hadas, ángeles, monstruos… La antorcha está apagada. En la cueva no quedan túneles por cavar.
Hay que volver al mundo. Es la hora.
¡Hola! Hoy necesitaba leer algo así. ¡Gracias!
ReplyDeleteAnónima
Pues ya ves, yo también. ¡Me alegro!
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