Un niño desobedeció a un padre y se llevó a media tribu con él. El carisma creó un abismo y el abismo un enfrentamiento.
Aquel día nadie salió a la calle porque el cielo se cubrió de un magma viscoso y sangriento y al final de la elipsis la tierra se ralentizó.
El odio invernó durante un tiempo prudente de reagrupación militar y el día en que se retomó, nadie salió a la calle. El cielo había abierto las puertas de fuego.
Cuando la gente salió a la calle, los inocentes ya habían muerto.
Nos contó el doctor MacCalahan que en la antigua china los doctores cobraban por sus revisiones periódicas a la familia y que si algún miembro de la familia caía enfermo, entonces el médico dejaba de cobrar sus honorarios, puesto que había fallado.
Nuestros políticos deberían trabajar por mantener la paz. Todo lo demás depende de ello.
Mientras los lunáticos del oro nos rompen los cojones, nosotros seguimos cabalgando el sueño de la abundancia. Como si el futuro mejor dependiera de cuando también nosotros seamos ricos y podamos dejar de trabajar.
Trabajar en dignidad dignifica. Y ocupar los puestos que pueden tener algo que ver con el futuro del mundo es nuestra misión, la misión de los que pudimos estudiar. El cambio se produce cada día, en cada conversación. No hay que esperar a ser un gran escritor o una estrella del rock ni a llegar a las tertulias donde todo el mundo que ya sabe lo que pensamos volverá a escucharnos.
El futuro comienza cuando a nuestro jefe les decimos: esto no. Y cuando vamos a por unas prendas de ropa y elegimos las que sabemos que no fueron fabricadas por niños atemorizados. Y cuando escogemos bien a quien damos nuestra contribución. Y cuando salimos a la calle y el mundo escucha nuestra voz.
El futuro se genera con cada acción.
Hay quien dice que no sirve de nada. Las luchas de hoy son así, lentas. Pero con el tiempo llegan a cambiar conciencias colectivas enteras. Esa sería una esperanza.
gracias por tu texto, querida stella. textos así también son necesarios.
ReplyDeleteun abrazo, tengo ganas de verte