Me diste lo mejor de ti, príncipe de la libertad, pero no era suficiente. Porque te amaba más que a mí misma recorrí de vuelta el camino que tanto me fatigó en la huida. No pude encontrar quienes fuimos ni quienes podríamos ser. No era real porque volver nunca lo es. Y sin embargo, en la batalla por el amor que se había lastimado tantas veces, descubrí que en tus brazos siempre iba a sentirme bien, aunque mi alma se rompiera en nuestras diferencias, continuamente. No pude detener el dolor, no pude olvidar. El abismo seguía abriéndose, por mucho que estiraras los brazos.
El amor que no pudo ser sigue dentro, hirviendo. Y todas estas lágrimas, mi amor, no apagan el zumbido de tus ojos, de tu voz, de la vida que tuvimos juntos. Qué importan hoy el viento, el sol, cuando ya no hay esperanza para lo nuestro.
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