Él la había invitado a cenar pero ella había declinado con una excusa de exámenes. No quería alargar el momento más de lo necesario. Lo que hoy iba a ocurrir debía ser rápido y sin errores.
Llamó al timbre. Él tardó en responder. ¿Cómo no?, pensó. Todavía, a pesar de los meses, quería hacerla sufrir. Al fin abrió la puerta. “El ascensor no funciona”, dijo por el interfono. Ocho pisos, iba a tener que subir ocho pisos a pie. Pero no importaba, no iba a mermar su determinación. Sería la última vez. Mañana despertaría con el pasado borrado y el resto de su vida por delante.
No se cruzó con nadie en su excursión por el edifico, aunque la acompañaron los sonidos y los olores que una vez fueron tan familiares.
Por fin se encontró junto a la puerta, medio abierta. Gritó un hola desde el umbral que se empeñó en que fuera jovial y que sin embargo sonó cauteloso. Otro hola llegó desde el interior, sin un ápice de simpatía.
Todo estaba igual que la última vez. Él no había hecho ningún cambio. Volvió a resentirse de tener que haber marchado ella, de no poderse llevar ninguna de las cosas que compró o construyó con tanto cariño, pues en su pobreza su habitación de ciudad era tan pequeña que apenas cabían la cama, un escritorio para niños con su diminuta silla, cuatro libros que hacían de mesita.
Salvador salió del estudio y se acercó a ella para ofrecerle un frío beso al aire, junto a la mejilla. ¿Qué tal? Bien ¿Y tú? Lo de siempre, más o menos. Tensión, ausencia de maneras. Se sentaron, uno a cada lado de la mesa. Él ofreció una cerveza. Tomaron el primer sorbo en silencio.
Sonia buscó a la gata. La llamó. Usó los trucos que siempre funcionaron, pero la gata no apareció.
Sólo cuando, tras ajustar cuentas, se iba, salió el animal de su escondite y se subió a la mesa, desde donde la observó quieta. Entonces Sonia volvió sobre sus pasos y acercó la mano en busca de la cabecita que siempre se frotaba en ella. Se llevó un buen arañazo.
Grave error, la gata la situa en el lugar de los hechos. Me encantan las historias en las que no sé quien es el bueno, y quien es el malo. Aunque supongo que en esta no hay buenos ni malos, por políticamente incorrecto que sea. O quizá no entendí nada.
ReplyDeleteMe hubiera gustado escribir un crimen, pero no poseo la habilidad.
ReplyDeleteLa habilidad la posees, lo importante es la habilidad para no acabar entre rejas, jeje!. En serio, me encantó este escrito, y le estuve dando muchas vueltas al tarro, pues la venganza es de ella, de la gata, y también de él. Y doy un giro más, si todos se vengan que consiguen?: Ella acabar entre rejas (hemos probado que el arañazo de la gata la situa en la escena del crimen); Él: acabar muerto (nos queda la duda de lo que hizo...); La gata: terminar sola y seguramente en una protectora en la que le administrarán una inyección letal. Conclusión: Nunca dejes pruebas de tu venganza.
ReplyDeleteo no te vengues jamás :-)
ReplyDeletej.
ReplyDeleteCOMO BIEN DICES ¡¡¡NO TE VENGUES JAMAS!!!!!!!!!!!!!!!
guay el relato, muy bien resuelto con el arañazo de la gata.
ReplyDeletepaula