Tuesday, February 13, 2007

Terracota


La madre se quedó sorprendida ante aquella primera palabra de su hijo de tres años, que tanto tiempo se había tomado para emitir sonido alguno. Sólo el psicólogo continuaba teniendo esperanzas en su capacidad de hablar, a pesar de que su análisis, mediante todas las técnicas conocidas, no había denotado ningún problema psicológico.

La familia pensaba que era mudo, por mucho que los médicos insistieran en que físicamente era muy capaz de hablar. Y a veces, en el rostro del niño, aparecía una mueca de diversión, incluso burla, cuando advertía en los adultos aquella concentración en su mirada, a la espera de una palabra. A tan temprana edad no eran pocos los que ya le tenían manía.

—Terracota —volvió a decir, mientras a su madre se le saltaban las lágrimas de la emoción, manejando por la autopista en hora punta.

Y como en la moraleja de Gibran, a la madre las lágrimas le impidieron ver que el sol se estrellaba contra la tierra a gran velocidad y que sus moribundos destellos de luz azotaban la ladera al otro lado del valle cuyo color, en efecto y con toda precisión, era terracota.

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