Por eso no levanta las persianas, ni siquiera cuando la tarde avanza y las nubes de este julio tormentoso sin lluvia ahogan la estancia en penumbra. Dice que la vecina de enfrente está apostada en la ventana y que seguro debe escuchar sus conversaciones telefónicas.
Viste una bata de flores que me traslada a mi niñez, a flan recién hecho, a melón fresco. “Esta bata me recuerda a los viejos tiempos”, le digo. “Viejos no”, dice ella, “Esos eran los tiempos jóvenes, ahora son los viejos”. La abuela parece haber comprendido que ya ha dejado de hacerse mayor y es simplemente vieja. Me parece que debe ser lo más difícil del mundo, a su edad, volver a comenzar, después de una vida de machismo que combatió como una fiera. Parece cansada, pero no pierde su irónico sentido del humor. Me hace reír.
Quisiera tener más tiempo para ella. Podría ahora mismo estar con ella, en lugar de escribiendo esto.
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