Tuesday, July 17, 2007

Piedra número diecinueve: “ego”

Rosendo hechó el humo de sus pulmones al gato y el bicho se quedó quieto, con los ojos cerrados, aleteando pequeñamente su diminuto hocico. A contraluz, el humo dibujaba las formas habituales, infladas y redondas. Gina Lis comenzaba a arrepentirse de haber aceptado entrar en el taxi con él. Toda persona en el mundo la aburría, pero siempre volvía a caer en el error de la esperanza.

Para ganar un tiempo que de todos modos era muerto, se fue al baño y con unas pinzas que siempre llevaba en el bolsillo, se repasó las cejas. Al regresar a la sala, nada había cambiado, aunque parecía que entrara un poco más de brisa.

“Tengo calor”, dijo, “y hambre. Dijiste que me invitabas a cenar”.

“Sí, sí… Ahora cocinaré, pero un poco de relax ¿no? Contarnos los viejos tiempos, acabar este porrito”.

Gina apartó el gesto de ofrecimiento con la mano. Ya hacía años que lo había dejado. El alcohol no, el alcohol era diferente, podía controlarlo. No es que pudiera detener el tren de la euforia y dejar de beber a tiempo (por lo general el consumo terminaba cuando caía dormida en algún lugar), pero podía controlar su mente en el proceso.

“Es el ego”, anunció Rosendo, “no es individualidad, ni falta de tiempo ni egoísmo. Es el ego en sí. Por naturaleza, necesitamos creer en algo, y como todo ha fracasado, sólo nos queda nuestro propio ego. Para no caer en el pozo del sinsentido, tenemos que alimentarlo. Y eso ya depende de cada uno: invadir Iraq, componer una sinfonía, someterse a cirugía estética…”

Gina intentaba dejar de fumar, pero se lanzó sin remordimientos a la tentación.

Rosendo continuó: “necesitamos que nos quieran, y si no nos quieren, necesitamos querernos a nosotros mismos y lo hacemos en solitario, porque hemos perdido las vías de comunicación tradicionales y además…”

“Perdona”, interrumpió Gina, “¿Con ese “nosotros” a quién te refieres?”

“A la raza humana”, respondió Rosendo con cierta indignación vehemente.

“Mira. No he venido aquí a filosofar, eso lo hacía cuando tenía catorce años. Si quieres hablamos de ti y no de la raza humana, pero mientras comemos, que yo he venido a cenar y a ver si tu polla es aún como la recuerdo. ¿Te apuntas o no?”

“Sí que pisas fuerte…”

Gina guardó silencio unos instantes. Al ver que no había más respuesta dijo: “voy a llamar a un taxi. Mientras esperamos, me gustarían unas olivicas, si tienes…”


2 comments:

  1. jajaja, es muy cachondo este 'cuentecico' con sus 'olivicas', muy chulo, jajaja.
    besitos!

    paula

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  2. gracias, linda

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