Sunday, July 08, 2007

Electricidad

Un viernes me permití el lujo de comer en un restaurante, sola. Había conseguido salir pronto de la oficina, no había quedado con nadie hasta las ocho de la tarde y no llevaba fiambrera ni quería comer en la cafetería del trabajo. Cogí el tren y llegué a la ciudad. Comenzaba la primera parte de mis vacaciones; en teoría, porque tenía asuntos pendientes que iba a tener que solucionar durante el fin de semana. No sentía euforia alguna, si acaso un poco de cabreo con mi cuerpo porque la regla ya tenía que haberme bajado y seguro que ahora se esperaba al lunes, que iba a viajar, sólo por joder.

Decidí premiarme y entré en un restaurante donde comí bien una vez con mis amigas. Pedí ensalada de beicon y piña con palmito de primero, muslo de pavo a la salsa de coco, de segundo, y una copa de vino. En cuanto saqué mi libreta para no parecer tan sola entre grupos de amigos y parejas, se fue la luz.

Ese viernes parece ahora lejano. Las vacaciones me recuerdan que la rutina existe sólo si la dejo entrar.

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