Entró una muchacha rubia con prisas, escogió unos pantalones negros ajustados, una camiseta brillante, apretada y escotada y una cazadora roja de imitación de cuero. Desapareció cinco minutos en el probador y cuando reapareció, era otra. Pidió a la dependienta que le cortara las etiquetas, metió su antigua ropa en una bolsa de plástico, pagó 40€ y se fue.
Yo salí sin haber encontrado nada de mi agrado y entré en el bar de al lado, a por una caña y un pincho de tortilla. Al poco, la misma chica de antes llegó al bar, pidió un vodka y esperó nerviosa a que se lo sirvieran. El camarero la miró con aversión, a pesar de que la chica era guapa y olía bien.
Una vez servida, pagó. Respiró hondo y tomó el chupito de un trago. Luego salió a la calle.
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