Tuesday, October 14, 2008

Las pekinesas

—Es difícil estar sin hogar —dijo un varón junto a mí.
Me aparté un poco. Desde que me sacaron de mi aislamiento, me harto de que me olisqueen.
Él no se movió.
Era pequeño, oscuro. Tenía los ojos muy juntos y una cola erecta, estilo primate.
Siempre he desconfiado de los perros con cola de primate. Llamadme racista. Me da igual.

—He tenido ya cuatro hogares —continuó él, pensativo, mirando más allá de la alambrada—, supongo que no soy el tipo hermoso con el que uno quiere quedarse una vez llegan los niños… Y es una pena, porque a mí me gustan los niños, los cuidaría bien.
—Bah, ¿de qué hablas? —dijo un pelirrojo que olía a ajo y perejil—, ¿quién quiere quedarse en un hogar cuando los niños vienen? Es el momento de desaparecer, antes de que crezcan y comiencen a torturarte —Ladró endemoniadamente.
—No le hagas caso —me gruñó el simio—, es un fanfarrón, dice haber tenido más de veinte hogares y haber conseguido escapar siempre.
—Eso es imposible —dije yo—, sus dueños le encontrarían —y un poco más discretamente añadí: —si le buscaran.
—Ruof!!! Ruof! Dice que ha dado la vuelta al mundo y que ahora mismo vuelve de los Juegos Olímpicos en Pekín, de esnifarse a todas las pekinesas.
Al escuchar esto, todos a nuestro alrededor echaron a ladrar la broma ostentosamente.
—Eso es imposible — dije yo—. No hay perro, o perra, que hoy en día pueda cruzar los continentes así como así. No estamos en tiempos romanos.
Mi primera amiga en el campo de refugiados se acercó a mí y muy solemnemente dijo:
—I beg to differ.

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