Monday, October 27, 2008

Un deseo llamado nieve


Es natural que en el inmenso espacio disponible, a los periodistas les dé por analizar los efectos negativos del cambio de horario. ¡A veces me siento astronauta, sí señor! Me tratan con los mismos honores. Aunque vergüenza me da que se preocupen tanto por mí (ya ves, unos días que me acuesto antes y me levanto más temprano, ¡qué tragedia! Teniendo en cuenta que la hora es la misma y el tiempo, en este caso, verdaderamente relativo).


Los ojos sin cráneo sangrientos de humillación, de tortura, de hambre… ¿Es que no vienen a visitaros por la noche? Están por todas partes, con sus bocas desencajadas y sus brazos rotos, sin orejas, sin piernas y aún arrastrándose. Y ellos sí se atreven a mirarnos a la cara. Nosotros no, ni a ellos, ni a los vecinos de metro. Ya no somos. Y ahí la cacería comienza a perder interés.


—Pues a ver si es verdad que hace mucho frío de golpe —ha dicho la aprendiza de panadera, a las siete cuarenta y cinco minutos de la tarde, después de que inesperadamente me hubiera quedado sin obligaciones—, a ver si no es otra cosa de estas que dicen para meterte miedo.

—Mientras no nieve —ha comentado la mujer, la panadera.

—Yo —ha continuado la muchacha, que no tiene más de diecinueve y está a reventar de dulzura—, si hace mucho frío, no vengo a trabajar.

—Pero si aquí nunca hace frío —ha dicho la panadera mientras me servía una de cuarto recién horneada—, es por eso que conservamos el viejo horno en vez de hacer pan eléctrico como los demás.

La joven ha cerrado la puerta para barrer por detrás.

—Soy tan desgraciada —ha pronunciado pensativa—, que mira que he estado en sitios fríos y jamás he visto la nieve.

—Bueno, mujer, eso no es como para considerarse desgraciada.


... Se podría decir que nuestra desnaturalización facilita el desdén hacia ciertas inclemencia del tiempo. Pero ya ves, hay cosas que aún deseamos, bien simples, bien bonitas.


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