Pulsaron el timbre con insistencia y no fue un sonido agradable, dado que sólo con rasgarlo ya suena a pato moribundo y feroz.
—Víctor, ábrame la puerta, sé que estás ahí.
Víctor me miró desde su escritorio y con un dedo me indicó silencio.
Pero era más de lo que podía controlar, porque el grito del pato me estaba volviendo loca y sin darme cuenta corrí hacia la puerta y me puse a ladrar.
Al cabo de un rato, la mujer se dio por vencida y se fue.
Víctor se enfadó conmigo y me pegó una paliza.
No salí en toda la noche de debajo del sofá y no me sacó a la calle ni antes de ir a dormir ni el viernes por la mañana antes de irse a trabajar.
Estamos a domingo y aún no ha regresado.
La casa huele mal, porque yo he tenido que aliviarme aquí dentro y por supuesto no es a lo que estoy acostumbrada. Empieza a ser difícil también controlar el hambre. Pero de momento, esta noche, prefiero que no venga. Se está bien en silencio y a solas.
Mañana, sino ha regresado, ya pensaré en algo.
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