Debería.
Llegamos a la sala de conciertos que no era ningún zulo, sino un bar con buen escenario, buen sonido y buen ambiente, aunque no había mucha gente. Pensando en el trayecto… Sólo habría llegado allí si estuviera cantando Bono o, como es el caso, tocando Lorca.
Luz, cámara, acción.
Chicas guapas. Chicos complejos. Chicas complicadas. Chicos sensuales y bellos. Bailando todo el mundo se entiende y más al son de la reencarnación de Janis Joplin. Jules viene a contarme algo, ve que estoy escribiendo, me desdeña con la mano y desaparece de nuevo. Quisiera saber el nombre de las bandas, para ser periodista, por una vez. La noche anterior les conté al Mago y a Ion: “debo dejar de venir a vuestros encuentros Con-versos porque me dan ganas de dejarlo todo y marchar a una guerra, a ser reportera”. Preguntó Ion, con cara de sorpresa: “¿Por qué no guerrillera?”. “Bueno pues, verás”, dudé antes de contestar, “para eso no he estudiado”.
Volvamos a los chicos de Ámsterdam que en verdad son argentinos y suenan como Pink Floyd + Super Furry Animals + Manu Chao + Quilapayún y a esta deliciosa mujer que baila, camina, conversa, bebe, fuma, con tantas ganas de gustar… Son palabras de Jules, no mías.
Jules, a pesar de tener que trabajar por la mañana, ha decidido quedarse a ver a Edmundo Marino (cuyo nombre yo pensaba que era El Mundo Marino), que es la banda de la que Lorca es guitarrista. Y ahora que casi todo el mundo se ha ido y estos están aún en plan ensayo, los temas por explotar, las ganas más en el cuerpo y en los instrumentos que en el alma, dejo de escribir, para bailar con ellos.