Cornelia buscó en la multitud a su rival. La pilló bostezando, el rostro caído, cansado. Esperó unos segundos más a que sobreviniera otro fallo, pero la rival recuperó la compostura y brilló de nuevo, bebida en mano, cigarrillo recién estrenado. ¿Cómo podía vencerla? ¿Podría recuperar a su hombre? ¿Significaba aún algo el anillo donde había escrita la promesa más importante de su vida? Lo vio llegar ahora. Sin un instante de titubeo se acercó a ella y la besó. Cornelia devolvió el beso. Él la quería y todavía no había cruzado el umbral hacia otras puertas, pero el amor, Cornelia lo sabía, ya no moraba detrás de ésta.
Cuando él divisó a la rival, sus ojos se encendieron y Cornelia supo por primera vez lo que eran los celos.
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