Habían cenado frugalmente, habían charlado un rato junto al fuego, habían cantado canciones de amor y canciones de combate. Habían invocado a la lluvia. Ahora descansaban en tiendas.
“No me gusta este silencio”, susurró Carol, “es la calma antes de la tormenta”. Andreas le pidió silencio con un gesto amable y de un salto salió disparado de la tienda. Bajo la luna llena vio a las máquinas, ágiles y decididas, avanzar traicioneras en su dirección. Al verlas, Carol dijo: “No nos moveremos, aunque nos maten”. “¿Y de qué serviría, si nadie se entera de que hemos muerto?”, objetó Andreas. Carol echó un vistazo a sus compañeros, todos bajo la noche vulnerable, sin testigos. “Id los demás”, dijo Carol, “ya me enfrento yo a ellas”.
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