Wednesday, November 08, 2006

Piedra número cuatro: “valor”


Sabían que cualquier día el poder iba a dispersar la protesta y que la lucha en aquel frente habría entonces terminado. Pero mientras tanto, vivían una noche más en el bosque, frente al desierto que comenzaba a avanzar hacia las tierras fértiles. Las máquinas llevaban dos días inactivas y nadie se había acercado a los terrenos que ellos ahora defendían contra una fábrica, una autopista y otra comunidad de casas de lujo para gente que ya no soportaba vivir en la ciudad pero tampoco deseaba las incomodidades del campo.

Habían cenado frugalmente, habían charlado un rato junto al fuego, habían cantado canciones de amor y canciones de combate. Habían invocado a la lluvia. Ahora descansaban en tiendas.

“No me gusta este silencio”, susurró Carol, “es la calma antes de la tormenta”. Andreas le pidió silencio con un gesto amable y de un salto salió disparado de la tienda. Bajo la luna llena vio a las máquinas, ágiles y decididas, avanzar traicioneras en su dirección. Al verlas, Carol dijo: “No nos moveremos, aunque nos maten”. “¿Y de qué serviría, si nadie se entera de que hemos muerto?”, objetó Andreas. Carol echó un vistazo a sus compañeros, todos bajo la noche vulnerable, sin testigos. “Id los demás”, dijo Carol, “ya me enfrento yo a ellas”.

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