Comenzó como una obligación auto-impuesta, un ejercicio para regresar al mundo de los demás. Pensaba que sería más fácil comprender y tolerar, si bebía de las mismas fuentes.
Dejé de leer a H. Miller y Dostoevsky e inicié el doloroso proceso de ponerme al día.
Lo cual requiere una gran inversión de tiempo, pues no es suficiente con recibir la información, también hay que compartirla. Los entresijos aburridos del PP (por cierto ¿Qué se han creído que son, Obama y Hillary?), la incompetencia y falta de lógica en la gestión del agua (¿no se estarán montando otro chanchullo los socialistas para conceder la obra a algún amigo?), la miseria del club que es más que un club (¿es el fútbol un culebrón?), o los ojos ciegos de la Unión Europea hacia Oriente Medio (¿la seguridad nacional comienza con el refuerzo de la policía en nuestras calles?).
Ahora que me siento notificada para evitar el ridículo en una conversación trivial, considero que no sé más de lo que sabía. Mi cerebro, contaminado de detalles, no ha ganado en conocimiento. Y lo más preocupante es que me he enganchado. No puedo pasar el día sin noticias.
El tiempo ha dejado de ser otra dimensión y el cronómetro va pasando los números. Vacío, ausencia de espiritualidad.
En el espacio espero la próxima incisión.
Y el viento susurra aquella vieja canción: hambre, hambre, hambre...
al igual que, ante un exceso de dolor, mi cerebro se bloquea y me deja inconsciente, con el exceso de información me pasa lo mismo, aunque sin llegar a al inconsciencia, las noticias no me interesan, prefiero ponerme el canal de videos musicales mientras leo un libro, y si lo que oigo me gusta, levanto la cabeza. las noticias ya no son noticias.
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