En la playa dos parias del mundo se sientan en la arena caliente a observar la dirección de la policía. Su alijo de refrescos lo esconden unas señoras del pueblo que, con generosidad, se ofrecen cada mañana a cubrirles las espaldas. Comentan: “ayer amenazaron, ya hemos pasado la frontera del aviso”.
Por su lado pasan dos gays de la mano cuyos músculos reventarán la piel de un momento a otro. “There is a lot of French people in this town, you see?”
“And Americans too”. Pienso yo.
Mientras invertimos recursos en extender unas playas sucias que cada año pierden kilómetros al mar, donde la gente se tumba a hacer nada hasta la hora del gran dispendio, y mientras gastamos tiempo y dinero en obtener los materiales preciosos y extraños que acelerarán nuestra propia extinción, la gente muere de hambre, muere en su violenta lucha por conseguir comida y muere en las guerras.
Estos días de verano he caído en la tentación de seguir con asiduidad los artículos del Diario del Aire, ya que no veo la tele ni compro periódicos. Decidí hace un tiempo no saber nada del mundo y escribir una comedia superficial que me iba a curar de mi pena, de mi culpa, de mi dolor de mandíbula. Pero como al Diario lo tengo linkado, está bien escrito y sólo tengo que darle a un botón...
Recuerdo que cuando vivía en EEUU la frase recurrente de mis amigos era: “claro, para ti es fácil, como tienes papeles…”. Ellos tuvieron que conformarse con ser explotados hasta que los deportaron (exprime cuanto puedas y luego deshazte de la cáscara), yo pude elegir ser esclava de más nivel.
La opulencia nos aísla al egoísmo. Incluso a los que nos mantenemos austeros. Hay gente que se mantiene al límite de la pobreza, porque así no tiene que hacer el sacrificio de dar. Hay gente, por el contrario, que es capaz de dar a los desconocidos necesitados pero es incapaz de ser generosa con la gente que tiene al lado. Luego, claro, están los que más tienen. Hubo un tiempo en que la burguesía tuvo el poder de vetar. Y hubo un tiempo en que la burguesía fue progresista, solidaria, revolucionaria, artística. La globalización con sus multinacionales ha sustituido a la burguesía por tecnócratas que viven en una opulencia obscena, que asumen órdenes sin rechistar. Y como si también nosotros viviéramos en esa opulencia (no, pero aspiramos a ella —no nos engañemos, el inmigrante también—), ejército, policía, profesores (peligrosamente en Estados Unidos, el país de la libertad de expresión), periodistas, científicos, filósofos, artistas y obreros, observamos la barbaridad de cuanto está ocurriendo y acatamos las órdenes quietos, quietos, sin rechistar.
En un sueño alguien me preguntó: “¿no crees que es egoísta por tu parte, pasar tantas horas a solas frente a una pantalla en blanco, esperando que lluevan las palabras?”. Respondí: “no más egoísta que los que se rinden frente al televisor y esperan y esperan a que la próxima oferta sea mejor”.
Me refugio en el amor, la amistad y el arte y me convenzo de que no tengo nada que ver. Si el mundo arde… No será mi contribución. Aún así, queda el recuerdo de una revolución que no se hizo. Las dos torres nos dieron cancha, la policía nos acalló brutalmente. No podemos permitirnos sufrir tanto, porque lo tenemos todo (¡¡¿?!!). Los ideales, sin hambre, no sirven para nada.
¿Es suficiente con dar dinero a una ONG?
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