En un rincón, sentadas alrededor de una pequeña mesa redonda, conversaban dos muchachas en camisón. Una de ellas, la más alta y delgada, se dio cuenta de su presencia y se levantó. Se acercó a ella con un tazón de chocolate caliente.
—Ten, bebe… Sonic dice que estás en shock, por lo que has visto.
—Pero pronto te acostumbrarás —dijo la más pequeña, acercándose.
Se sentaron en la cama, una a cada lado.
—Yo soy María —dijo la más alta—, bienvenida.
—Yo soy Elena —dijo la más pequeña.
Ambas eran hermosas, aunque había algo artificial en ellas, algo de muñecas.
Carol aceptó el chocolate y tras un par de sorbos, preguntó:
—¿Dónde estoy?
—En casa de Sonic —respondió María—; no debes tenerle miedo, es bueno con nosotras, es divertido. A veces nos encomienda misiones un poco desagradables…
—Pero nunca tenemos que acostarnos con los hombres —continuó Elena—, Sonic nos protege como a sus concubinas.
—¿Tenemos que acostarnos con él? —preguntó Carol.
Las chicas rompieron a reír. Carol no comprendía.
—Es que —explicó por fin María—, Sonic no tiene sexo, de ningún tipo. No puede sentir deseo sexual. No es un secreto, todo el mundo lo sabe. Lo que sí es un secreto es este lugar, y no debes hablar nunca de ello a nadie. Eso sí te puede costar la vida. Este es el templo de Sonic, le gusta venir a disfrazarse.
El teléfono sonó y Elena lo buscó entre montones de telas y accesorios. Cuando por fin lo encontró, contestó. Al terminar, informó:
—Tenemos una misión.
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