Saturday, January 05, 2008

Móra d’Ebre

Con motivo de mi último examen, regresaba a una ciudad donde casualmente vivían ahora amigos y amigos de amigos, de modo que organizábamos una fiesta. Me daba cuenta de que en verdad no conocía a nadie y que estar rodeada de gente me hacía sentir más sola, de modo que me echaba en un sofá e intentaba dormir, a la espera de la cita con el tutor a la mañana siguiente.

Quedábamos dos contrincantes para el título. Debíamos rescribir una novela. El tutor indicaba que la clave residía en el hecho que el protagonista viviera el amor como una muerte, una muerte larga e inexorable cuyo inicio era el enamoramiento. Al decir esto, el tutor nos miraba y en sus ojos leí todos los nombres y sentí la muerte. Nunca había querido tanto.

“Tenéis 24 horas”, dijo.

El otro contrincante recogió sus papeles y salió corriendo, yo, sin embargo, no lograba despegarme de la silla. La sala era grande, de altos techos. De los inalcanzables ventanales aterrizaban sobre la larga mesa delirios de tarde, tristezas de invierno. A cada segundo tenía menos sangre en el cuerpo.

“¿Qué pasa?”, preguntó el tutor.

“Quiero besaros”.

El tutor se acercó a mí y cuando me cogió la mano era un niño de cinco años. Me agaché, me besó en los labios y se fue corriendo.

Por fin reuní las fuerzas para abandonar la sala. Ya era de noche. Llegué a casa de Acción, que ardía de calefacción excepto en la cocina, que era donde él estaba. La casa permanecía una trastienda, como en nuestra niñez. Él estudiaba en el frío, para mantenerse despierto. La mesa de madera estaba llena de libros.

“No sé si puedo hacerlo”, dije.

“Yo voy a estudiar toda la noche, si quieres compañía”, dijo él.

Pero no veía cómo podía estar quieta durante más de cinco minutos o quedarme en el frío de su cocina.

“Creo que me iré a casa”.

“¿Estás segura? Es un largo trayecto, luego tendrás que regresar, perderás tiempo”.

“Creo que el viaje me ayudará a ordenar las ideas”.

Antes de dirigirme a la estación pasé por la consulta del médico donde estaban mi madre y mi abuela, pero estar cerca de ellas me robaba las ideas, de modo que a la menor excusa, eché a correr hacia la estación.

Calzaba unas babuchas azules que perdía continuamente, al correr. No había paso subterráneo, debía subir y bajar los andenes, catorce, hasta llegar a mi tren.

No reconocía la estación, ni el tren. Cuando se puso en marcha, pronto me di cuenta de que tampoco reconocía el paisaje. No atravesábamos ninguna zona urbana, sino volcanes, lagos, salinas, desiertos. Al mirar por la ventana vi que no nos desplazábamos sobre raíles, sino sobre viento. Sentí vértigo. Cuando por fin el tren se detuvo en una estación me apeé y tomé el tren que llegó en dirección contraria. Debía regresar. Pero el tren que tomaba era un tren de placer, con terrazas abiertas al sol y restaurante con zona de fumadores. Me traían un menú donde decía bien claro que sólo se servía a socios. Bien, yo no tenía el carné.

“¿Cuál es la próxima estación?”

“Móra d’Ebre”.

Me sentaba en un rincón e intentaba escribir la historia de Hugo. Nunca un tren había volado a ras de mar tan rápido.

5 comments:

  1. Si deseas conocerme el miércoles 16 estaré viendo a depop en el astrolabi, a no ser que se caiga el cielo a pedazos sobre nuestras cabezas.

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  2. Anonymous8:42 AM

    ¿POR QUE ME HA GUSTADO TANTO????

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  3. imaginari: sólo me interesa tu super hucha ;-P

    j: fue un sueño...

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  4. Stella: Me decepciona tu respuesta pensaba que eras otro tipo de persona.

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  5. Eso te pasa por pensar

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