Skip the crap, enjoy life!
Happy New Year!
Skip the crap, enjoy life!
Happy New Year!
En el día señalado las llamadas de los que no podrían venir me despertaron de mi lado tenebroso y sus voces me recordaron que la luz está. Dentro, alrededor, yendo, viniendo. Los que sí vinieron me fueron ornando con vestidos y abalorios y me sentí como un árbol, conectada a la vida, al universo. La calidez de la reunión y la intimidad de las conversaciones, de las bromas, me tonificaron más que todas las happy pills del mundo. Cómo me olvido a veces de la suerte que tengo de conoceros, de que existáis, de poder veros.
Por cierto, para los amantes del fútbol, linko a De Penalti, el blog que se escucha. El amigo que lo lleva es un crack, y anoche le conocí un poco más.
Veamos… Se acerca el magrebí moribundo que no es más que un cadáver esquelético (sino fuera porque aún respira) a las costas de nuestro país, se aleja Sarkosi con Carla Bruni de la mano, se acerca el Barça-Madrid sin Messi, se aleja la cumbre sucesora de Kyoto y de cuyo nombre ya ni me acuerdo, se acerca más desarrollo nuclear, se aleja Venecia rápidamente, hacia el fondo del mar, se acerca el AVE, se aleja
Bueno, pues sí que funciona, entre pensamiento y pensamiento me han entrado ganas de ir al baño. Supongo que no hay nada más presente ¿no?
En fin. El motivo real por el que la odio es porque está buena que te cagas, es rubia natural y siempre está feliz. Tiene una de esas sonrisas suecas, serenas y un acento de lo más sexy. Circula por la escalera en camisón arrapado y semitransparente (incluso en el viento de hoy) y más que adivinarle, le veo todo. Además se presenta con un cesto precioso mientras yo arrastro una cutre bolsa de basura gris. Sin mencionar que voy bien abrigada con un chándal hortera y los pelos sin peinar.
Con la inseguridad y fragilidad en que vivo como puedo estas extrañas tardes de viento salvaje, de luz inacabable, de cielo ensordecido de aplausos triunfales, sólo me faltaba la vecina rubia. Luego un avión cruzó lentamente la atmósfera pura. El sol inmortalizó su estela dorada, el tiempo hipnotizó una estrella de Navidad mecánica.
Una vez le dije a mi querida amiga: “tu problema es que das tanto, vives tanto por los demás, que cuando los demás no hacen lo mismo por ti, te hundes. Comienzas por culpar al otro (y las fases son: incitación, insinuación, petición, persuasión, exigencia, rabia), y cuando ves que el otro no cambia ni sus decisiones ni su actitud, entonces vuelves la rabia hacia ti. Porque si valieras la pena, el otro haría por ti lo que pides, lo que necesitas, lo lógico ¿no? Ergo, eres una mierda. Sin embargo, te equivocas, mi querida niña. Debes darte tú lo que necesitas, lo que te mereces. Y amar libre y generosamente, sin esperar nada a cambio. Deja que los demás se ocupen de sus cosas y ocúpate tú de las tuyas. Cambia el orden de tus prioridades. Haz como los demás hacen”.
Ahora podría aplicarme las mismas palabras. Porque cada vez que una tercera persona mueve una ficha tú te posicionas y eso me obliga a mí a posicionarme y todo es un continuo zarandeo y me mareo, con lo cual me vuelvo inflexible. Y lo lamento.
Necesito sentir que somos el centro de nuestro propio planeta y que todo lo demás orbita a nuestro alrededor.
Ese centro es el fuego del que bebo. Cuando veo que soy yo la que giro en órbitas, y cada vez más lejanas, siento vértigo. Quizás matemáticamente es poco o nada probable, una desmagnetización en espiral. Pero en la vida real, las dinámicas cambian, los magnetismos fluctúan, el sentimiento se transforma, el cambio de prioridades, el barco que modifica su rumbo, que lentamente zarpa… El mar está tranquilo y en silencio y solitario. Menos mal que la naúsea tenía un nombre. Y un remedio.
Voy a tomarme una copa de vino mientras cocino una tortilla de puerro y champiñón. Qué gracioso, el nombre champiñón. Alguien lo dijo una vez. Y bombilla. Y zanahoria. Pero antes debo exhalar algo… Había un olor curioso en la tienda de Intermón, olor a fibra, a chocolate puro, a barro. Tengo unas postales de Navidad, querré mandar en ellas mi amor. Si tuviera que hacerlo hoy saldría todo así de muerto.
Y ese artificio ya indivisible del ser humano, a través del cual una persona interesante y funcional debe mirar con los ojos bien abiertos (mejor si es sin parpadear), mover las manos como nos han enseñado (hay que despistar la barrera de la comunicación gestual) y sonreír a medias (aumenta el misterio).
Menos mal que al gimnasio viene una punky teñida de rubio que sonríe en voz alta, sin filtros, y se monta a las máquinas en tirantes, mostrando orgullosa su tupido matojo negro en las axilas. No es que me agrade la imagen, pero agradezco la rebeldía en días en que lo normal es ponerse en manos del láser y comportarse como si, a todas horas, una cámara nos filmara.
Deseo estar lejos de aquí. Montar en globo, ver el mundo desde arriba. Correr una aventura. Que la noche sea romántica. Que los fuegos que arden dentro dibujen sombras de amor sobre las hojas de otoño que pisaremos. Caminar lento. Echarte una carrera hasta la curva. Caer riendo en la nieve. Sentir hogar en cada mirada. Horas y horas y horas y horas y horas de desconexión. Como entonces, antes de todas las obligaciones, de todos los sueños. La impaciencia me vuelve malvada. Cuando necesito. Cuando necesito, pido, cuando necesito, quiero. Pienso que puedo esperar. Entre otras cosas. No sé amar. Luego quizás no sé esperar. Celos. Lo reconozco. Porque no puedo decir en cualquier momento, por favor, vámonos, ahora, de aquí, me ahogo. Cielos. No sé hacerlo. Quiero matar al monstruo, pero se agarra a mis palabras. Qué excusa, vaya. Voluntariado. La solución. Quizás en otro lugar pueda ser de utilidad. Quizás en la miseria del mundo. La humildad es una larga hipoteca que nunca termino de pagar. Y mientras me miro al espejo, la bruja se ríe de mí. Mis pezuñas no tienen fuerza. Subí al árbol como pantera. Me da miedo la selva ahora, no puedo bajar.
Esta noche escribiré una carta.
A veces es mejor callar, cosa que jamás he sabido hacer. Y te quiero.
Es probable que lo hubiera conocido en mi niñez, aunque no recuerdo. Era una persona del círculo familiar, por vínculos de lucha común, de logros y tragedias, y por el afecto que crecía con los años. Cuando se comparte un origen amplio, universal y concreto, las amistades se vuelven leyenda.
Paco fue un punto de referencia para mis padres cuando yo decidí de niña que quería ser escritora. La escritura al servicio del pueblo. La palabra, nuestra arma, como diría Gloria Arimón.
Paco Candel se fue, la misma semana que Fernán Gómez. Curioso, porque he leído en algunos de vosotros como hay personas que se mueren y da la sensación de que llevaban tiempo muertas. Sin embargo para mí, Paco es de esas personas que habrá pasado el tiempo y aún preguntaré, “ah, ¿pero murió?”
Fotografía tomada de elpais.com
Ha nacido “Los ángeles de mi jefa”, aunque de momento aún está en mi cabeza y espero que con el tiempo encontraré un título mejor. Entre los protagonistas estamos Dr. Love, Samuel Fling, Miss Chispa, el desaparecido (que aún no sé si saldrá más que en fotos, porque aún no lo hemos encontrado), dos Mossos de la brigada de investigación que están (en todos los aspectos) de película, mi jefa, mi novio, mi ex marido, el amigo y los padres del desaparecido y yo.
Es curioso como la vida regala a veces historias. Espero poder estar a la altura de la realidad con una ficción inspirada. Y espero que el desenlace de la tragedia real no sea triste, para poder escribir una comedia divertida. Si esto acaba mal, no creo que sea capaz.
Després de la meva visita torno per un petit camí de pedres i basses per on he d’anar saltant obstacles. Tot plegat han passat 25 minuts quan em reintegro a la vida laboral, però sempre em sembla que he fet una gran excursió.
Avui en Flame no hi era. Potser l'estaven vacunant.
La emoción nace de un domingo soleado como el de hoy, en el que salgo de casa con las llaves, la tarjeta
¡Ah! ¡La libertad del transporte público de calidad!
(Necesitaba a gritos un día así, para mí)
Normalmente me quejo de todo y la verdad es que hay días en que nada funciona. Pero cuando funciona… Visca Barcelona! Long life to Barcelona! Hip, hip, ¡Hurra!
Quizás si siguen volando alto me guiarán a una pista de despegue.
Pues sí mamá, noté el frío al volver ayer a casa y sin poder soportarlo en mis oídos me detuve en el mercado a comprarme un gorro. El viento se me llevó uno de mis pendientes favoritos que, al coincidir con la hora del apagón ecológico, no pude recuperar. Y la gente por las calles tenía la cara constreñida, como en Bruselas.
La verdad, me siento mucho más revitalizada. Ni virus, ni pereza, ni melancolía: frío. Que lo cura todo.
El aventurero creyó que juntos íbamos a equilibrar la balanza de la suerte, sin tener en cuenta que yo no creo en estas cosas.
¿Será el fútbol un deporte substituto de la guerra? Y si así es, ¿Será el ser humano un fan absoluto de la destrucción? Y, si es así, ¿no sería el fútbol un pacificador falso?
¡Ah, qué tiempos aquellos, cuando uno se quedaba afónico en el campo! Las endorfinas no van bien con el exceso de alcohol. Y por supuesto una bestia no debería beber. Y mucho menos en nuestras calles, ya que a los demás no nos dejan.
Precisamente. No sé porqué se da por entendido que cuando una acaba con su vida el único motivo debe ser una gran desesperación, una imposibilidad absoluta de enfrentarse a los problemas, un gran desapego a la vida.
Nada más lejos de mi verdad.
Era un sábado esplendoroso de otoño. El sol había dorado lentamente la ciudad desde un azul intenso. El vinito, los amigos, los juegos, habían desplegado una red de bienestar sobre la que flotaba. Al final del día, mi amor y yo regresamos a casa. Subí al terrado a recoger la ropa que había tendido por la mañana.
El viento soplaba suave, pero frío. Me sentí eufórica, vigorizada. Sobre la montaña la catedral rezumaba oro de sus ventanas. Había incluso estrellas muy brillantes, en una noche muy negra. Era feliz. No echaba de menos. No deseaba. Estaba en paz y satisfecha. Era imposible que pudiera, en algún tiempo futuro, ser más feliz que ahora. ¿Para qué estropearlo? ¿Para qué descender las escaleras hacia algún posible momento sórdido, triste, doloroso? ¿Acaso no es derecho nuestro escoger cómo y cuándo queremos despedirnos del mundo?
Es cierto que casi me arrepiento, después de dar la vuelta al terrado y ver que el único lugar por el que podía caer en picado hasta un nivel cero, estaba bastante sucio y abandonado. Pero iba bien vestida, calzaba mis nuevas botas, y mis pestañas estaban separadas y largas. No sería una última foto horrenda. Me encaramé al saliente. Antes de saltar, vi a través de una ventana un salón rojo y una lámpara amarilla.
Stella Blue: Se rumorea que lo de salir del armario un día sería inevitable, que siempre demostró usted tendencias un tanto afeminadas.
Redford MacCalahan: Nunca me ha gustado la expresión “salir del armario”. Mi experiencia personal ha sido profunda y sorprendente, ponerle un calificativo frívolo la desvirtúa. En cuanto a mis tendencias afeminadas… Tuve la suerte de crecer rodeado de mujeres fantásticas y creo que eso ha contribuido benéficamente en hacer de mí la buena persona que quiero ser. Sería de gran ayuda para la humanidad que todos los hombres fueran un tanto “afeminados”. Es más, los grandes hombres que conozco poseen esa cualidad.
SB: ¿En qué consiste su experiencia personal?
RM: Un día conocí a alguien que me hizo descubrir el otro lado de mi sexualidad. Quizás intuía que la llevaba dentro, pero es algo que nunca me había planteado. Creo que es algo que a todos nos puede pasar.
SB: ¿Dejó entonces de sentirse atraído por las mujeres?
RM: ¡No! (Risas) Pero intento no mezclar. Ahora estoy en una fase masculina. No quiero confundirme. Especialmente no en este momento.
SB: ¿Qué tiene este momento de especial?
RM: Bueno, me acabo de enamorar, y es distinto a todo lo que me ha pasado hasta ahora, es, y espero que no se me tome por cursi, muy místico, muy espiritual.
SB: Estamos muy interesados en escuchar la historia…
RM: No sé muy bien por dónde comenzar.
SB: Podría comenzar por cómo se conocieron.
RM: Nos conocimos en la red. Eran unos días en los que estaba un poco desilusionado respecto a las relaciones, pensaba que quizás mi vida iba ahora a ser así: una noche, tras la cual mi interés disminuiría siempre. De alguna manera era como regresar a la adolescencia, pero, al ser la situación distinta… Quiero decir que, ahora, con mis hijos, mi profesión, la vida montada, pensaba, por ejemplo, que tal vez me quedaría solo, que una experiencia tras otra era lo que tocaba, que nunca volvería a conocer el amor, cosa que cuando era más joven ni siquiera me planteaba. No era un miedo general a la soledad, porque nunca me he sentido solo. Era más una resignación melancólica a que nunca iba a experimentar algo que, a un nivel profundo, sospechaba que necesitaba.
SB: ¿Y entonces apareció el amor?
RM: Y entonces apareció el amor (rubor en las mejillas)… Conocí a este hombre fantástico con gran sentido del humor, un sentido del humor con el que yo me identificaba, a través del cual se construyó una complicidad muy fuerte. Me hacía reír y su personalidad me atraía mucho. Deseé conocerle en persona, pero no por sexo, como a otros, sino porque sentía ya que era una persona importante en mi vida.
SB: ¿Estaban nerviosos al conocerse?
RM: Estaba nervioso justo antes de llamar a su puerta, pero en cuanto escuché su voz por el interfono, sentí una alegría muy genuina y me relajé. La verdad es que una vez frente a frente no hubo nervios ni intriga ni incomodidad. Desde el primer momento fuimos amigos, que de hecho era lo natural, pues ya éramos amigos de nuestras charlas a través de la red. En ningún momento se planteó la cuestión sexo, la tarde fue fluyendo… Y cuando sucedió: ¡bang! Fue una conexión absoluta, una comunión total. Eso que cuentan de tu otra mitad. ¿Sabes cuando no necesitas aclarar nada, dar instrucciones, pedir, sugerir, cuando todo fluye, cuando todo es perfecto, cuando sale la luna y es llena y grande y la brisa es dulce y el mundo parece girar para ti?
SB: ¡Vaya! ¡El amor de su vida!
RM: Pues sí. Y me ha ayudado mucho a comprender el cambio este que hice, sin reflexionar mucho al respecto, sin plantearme demasiado la cuestión gay. Al fin y al cabo, yo no he cambiado, soy la misma persona. Pero quizás era necesario este pequeño cambio para encontrarle a él.
SB: ¿Alguna frase de despedida?
RM: La vida está llena de sorpresas y lo bonito es vivirlas. Las oportunidades de ser feliz son ilimitadas cuando mantenemos la mente abierta al amor. Sé que, de nuevo, puede sonar cursi, y espero que el hecho de que esté enamorado, no afecte a la credibilidad en mi práctica.
SB: Doctor, eso por descontado. Se sabe que cuando uno está enamorado, es cuando da lo mejor de sí.
Los italianos son mentirosos, pero sí se dan cuenta, y son capaces de recordar todas sus mentiras sin olvidar que nunca fueron verdades, aún creyéndolas como tales.
Los americanos tienen la ingenuidad y osadía de creer que el individuo es lo más importante en el mundo, de modo que su objetivo es la máxima satisfacción personal a toda costa y sin remordimiento alguno de quien salga perjudicado.
Alemanes y franceses sostienen que en España todo funciona mal y que nada hay tan ejemplar como los productos y servicios de sus respectivos países, aunque ambas nacionalidades nos invaden abiertamente y sin pudor con sus negocios, su lengua y su presencia, en teoría, buscando el sol, pero quizás aprovechándose de las imperfecciones de este país que, a pesar de los intentos, sigue siendo cutre.
Los africanos viven con el estigma del negro, que les lleva a concluir que como algunos blancos les desprecian y abusan de ellos todos los blancos son el enemigo y por tanto se comportan racistamente hacia todo lo que no sea negro, en forma de engaño y abuso, aprovechándose, muchas veces, de los sentimientos de mujeres que tienen poco éxito con los hombres.
Los latinoamericanos, tan humildes ellos, son unos folloneros y siempre cuentan las historias que a nadie importan como si en un mitin vociferaran, ya sea en el tren, en la calle o en un restaurante. ¡Y nos imponen salsa a todo trapo! Que no hay música en el mundo más aburrida y deprimente.
Los músicos se olvidan de todo en cuanto tienen un instrumento entre las manos, lo cual en la teoría es muy romántico pero en la práctica no es más que otra forma de narcisismo (a menos, claro, que toquen las canciones que tú quieres cantar, aunque desafines).
Los escritores son unos arrogantes, aunque algunos tengan don de gentes y transmuten su arrogancia y su absoluta indiferencia por los demás (por aburrimiento, es que hay gente muy aburrida) en un excesivo interés. Estos serían ya los periodistas. Al fin y al cabo, siempre es más llevadero hablar con una pared, si la entrevistamos.
Los ecologistas son unos impertinentes que no te dejan ni comprarte las botas que no te hacen sudar el pie y que nunca te van a doler.
Los españolistas son unos pesados, con su bandera y su himno.
Los catalanistas, también.
Los terroristas son unos asesinos y habría que asesinarlos, sin juicio ni nada, pero como tenemos tanto respeto por los derechos humanos (cuando se tercia), por ahí proliferan.
La gente religiosa que antepone un credo a la verdadera espiritualidad, está ya muerta, y por mí que se vayan al cielo, al infierno o donde menos vayan a molestar.
La gente espiritual que es incapaz de escuchar los problemas de los amigos porque le roban el aura protectora de bienestar (en lugar de decir un simple “lo siento, no me va bien quedar”), es déspota y cruel y su espiritualidad sólo le sirve para aislarse más de la humanidad. Cuando se da el caso de espiritualidad sin humanidad, ¿de qué espíritu estamos hablando?
Los motociclistas son los que más contaminan y los más imprudentes, sin embargo, es el vehículo en auge. Yo digo: ¡a quemar todas las motos!
Los políticos son todos unos mafiosos, montan sus chanchullos para aprovecharse del pueblo en el agresivo sistema neocapitalista global y luego se lavan las manos cuando las obras se convierten en fiascos (peligrosos, además).
Los idiotas (no los pobres ángeles que nacieron así y que sonríen siempre y que sólo quieren abrazar) que no tienen más que chulería y violencia para defenderse de sus propias carencias, deberían estar bajo supervisión social constante. Supervisión que debería hacerse con cariño y dedicación, pues estos (y no los muertos de hambre) son los verdaderos delincuentes de la sociedad, los futuros torturadores, humilladores, asesinos, dictadores, presidentes, quizás, de una potencia mundial.
Los adolescentes no respetan nada y se lanzan masivamente a las drogas, por mucho que gaste el estado en publicidad. Con estos padres que los criaron con caramelos para no tener que oírlos llorar, ¿qué esperábamos?
La gente mayor que vendrá no tendrá muchas historias que contar a sus nietos (si es que tienen hijos que a su vez les den nietos), al margen de los coches que tuvieron, los lugares que visitaron, los conciertos a los que fueron. ¿Habrán participado de algún modo en la historia de la humanidad? Pregunto: ¿para qué vivir en este mundo occidental? ¿Qué sentido —no, no bromeo, lo pregunto de verdad—tienen nuestras vidas? ¿Cómo justificamos moralmente y económicamente la descomunal energía que usamos —a costa de otras vidas— para mantenernos más allá de esos ochenta años de esperanza de vida?
Como veis, ser racista, intolerante y demás es lo más fácil del mundo. No sé por qué se le da tanta importancia.
Para quedar bien, los gobiernos tendrían que escuchar a la gente y al planeta y encerrar en prisiones a los tarados que quieren convertirnos a todos en esclavos. Qué utopías, tan imposibles, y aún, tan vivas.
Ayer lloró sin lágrimas frente a mí una muchacha de catorce años, múltiplemente violada, mientras degollaban a sus familiares. Escapó la muerte porque llegaron otros soldados que, a cambio de dejarla con vida, la violaron también. Está embarazada, no sabe de quién. Está asustada.
Esta muchacha escribió una sola cosa en el papel. El traductor escribió a continuación: ‘Paz, por favor’.”
Mi ventana está flanqueada por un nido de avispas y otro de chovas piquigualdas (he buscado el nombre “gralla de bec groc” en el Parc Nacional d’Aigüestortes). Por la mañana las chovas se abalanzan sobre los árboles, por la tarde, avispas y chovas regresan en hordas al nido. Aunque esté tras un cristal, siempre me da la impresión de que vienen a por mí.
La hora del café casi se termina, así, con tan pocas palabras. La oficina se llena de nuevo. El teléfono nunca dejó de sonar. El sol tiene un aire cansado, envejecido. Llegó un poco de frío. Todo un lunes por delante, en pleno uso de mi mente, mi cuerpo, mis posibilidades. Octubre, qué gozada.
October
And the trees are stripped bare
Of all they wear
What do I care
October
And Kingdoms rise
And Kingdoms fall
But you go on...
...and on...
first time played live: 1981-08-16: Slane Castle, Slane, Ireland. U2.
Gritaba de dolor y en urgencias no querían atenderme: “¡denme la droga ya, por favor!” Un doctor se acercaba a mí y con sus grandes manos me tocaba los pechos y diagnosticaba un gran desplazamiento del alma. Me daban la pastilla. Me la tomaba.
Quiero deslizarme desnuda por la ciudad, bailar con la música, saltar sin muelles, reír. Y hacer el amor con intensidad y alegría. Cada vez.
Otra tormenta había paralizado el tráfico en la calle y los taxis no llegaban, de modo que caminó hasta la estación y esperó un tren. No tenía prisa. Salía con tiempo.
En el tren vio su reflejo sonriente, la luz en sus ojos, las arrugas en el rostro, en la frente. En las manos sostenía un libro que no iba a leer nunca, pero que la acompañaría lo mismo.
Mucho antes de subir al avión ya estaba desnuda, enredada con su amante. Serían tres días de amor, de pasión, de risas. Y las calles oscuras y antiguas ofrecerían vida incesante.
Lo de que el programa sea inteligente es a veces una desventaja, porque en esta máquina no puedo escribir “?” sin haber escrito antes “¿”
(De nuevo con el mapo, me toca a mí).
Hoy cumplen años tres personas queridas. 555. Del mes 10, que es 2 veces 5. Eso hace 5 cincos. Día mágico.
Ah, los viernes, qué gran ventaja social.
Hacía tiempo que no te escribía, lo siento. Estoy muy bien. Excepto esa vieja preocupación de no cometer errores, por lo menos, no los de siempre. No soy muy habilidosa en el asunto, te confieso, sigo siendo la misma.
He cambiado un poco el horario de las asignaciones propias, pero no acostumbro a cumplir. Intento encontrar los momentos que necesito para recuperar el equilibrio, el visceral, no el falso. Y para ello atravieso ciertas fases: 1. Borracheras y lo social. 2. Depuración y ejercicio físico. 3. Redescubrir el cuerpo mediante autoexploración. 4. Lectura de un buen libro. 5. Recogimiento mental y creación.
No necesariamente tienen que suceder en este orden ni de manera aislada.
Por lo demás, estoy enamorada de la vida, del amor y de las personas honestas.
Creo en el arte, en algunos políticos y en todos los amigos.
Y sigo buscando la perfección, la honestidad que admiro en los demás y que a mí no me sale, porque en el fondo mi alma es mezquina.
Definición:
“Grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos”.
(Grandeza contra mezquindad -
http://hispanidad.tripod.com/morent15.htm)
Bueno, pues supongo que mezquindad no es la palabra que me definiría
El caso es que soy exigente, con los demás y conmigo misma. Es por eso que algunas personas vienen a mí, ante la duda, y otras me esquivan durante meses.
Escríbeme. Mil besos.
Ver las fotos de Xavi Aragonès me ha empujado esta tarde ciudad abajo para llegar al mar. Y qué distintas son las cosas cuando se observa la gandulería general de todos aquellos que, pese el viento que gira y las nubes que se cierran y oscurecen, se resisten a abandonar la arena caliente.
He estado durante un buen rato sin hacer nada, cosa que me han recetado pero que aún no había encontrado el momento para hacer. Estar sin hacer nada me cuesta, porque es lo más parecido a la muerte. Sin embargo, reconozco las virtudes de la no-actividad. Aunque no se puede decir con exactitud que haya estado en la playa sin hacer nada. He hundido mis manos en la arena, por ejemplo, que es agradable, aunque sea en
Me he tumbado sobre la arena, con la agradable sensación de que cuando me hundiera, no iba a hundirme del todo. Siempre he sido del parecer que pensar en lo terrible que podría suceder es ser realista y no pesimista, porque aunque soy exigente (insoportablemente exigente) con el presente, para el futuro siempre reservo todo el optimismo del mundo. Del pasado no suelo ocuparme.
Nubes de bochorno en octubre, ya no recuerdo si es habitual. Pero ayer comí un boniato y estaba delicioso, aunque siga calzando sandalias y camisas sin mangas.
Lo que sucedió en las últimas semanas era algo que tenía suceder, en algún momento, son de esas cosas que sabes. Podría afirmarse que en una situación así, la tensión es dinamita y no hay a veces más remedio que provocar la explosión. No sé. Me da lo mismo. Ya pasó.
Ahora hay que construir, como después de cada revolución. Y, afortunadamente, los cimientos son un tesoro y nadie está tan loco como para abandonar un río lleno de oro.
Cuando despierto, el bosque respira una tarde de risas y de oro. Recuerdo…
En días así, lo que importa es vivir.
If she ever really hurts me; I will break her clean in two with my panther paw.
La música.
Quan intentem guanyar, aprenem a perdre.
Avui és el dia de la fada madrina. Li he de dir que des què la veig veure, m’ha estat impossible no plorar davant d'un home, que arribat el moment, tampoc vaig comprendre gaire la lògica del seu consell.
Córrer... Possibles direccions. Els peus nus sota el llençol en el fred de la matinada. Futura nostàlgia?
Quan s’han exhaurit els cartutxos, trenquem amb tot i comencem noves vides. Deslluir els dies amb la voluntat d’immobilisme és mort, covardia. Però queden revolucions, reformes, construccions! A voltes no hem provat tots els recursos, no hem transformat, no hem comprès.
El sentiment predomina: estimar i viure!
Pel teu somriure, tot el meu imperi. Gran com l’os d’una oliva, com l’ull incontrolable d’una tempesta.
Cada cop que creix la lluna, el temps és etern.
Las cosas de la vida han hecho que hoy terminara mi jornada laboral en la ciudad y que, por tanto, regresara a casa en la concurrida línea verde del metro en lugar de la somnolienta S2 de los ferrocarriles que atraviesa el Vallés. Y he descubierto:
Es de conocimiento general que España no sería lo que ahora es a no ser por los turistas. Y no voy a entrar en política.
Sólo quería contaros que en el día a día, viviendo en la ciudad, por muy españoles que seamos y muy divertidos que nos cuente el cliché, por las calles nos hemos convertido en un ejército de trabajadores sin sonrisas, que sueñan con el momento en que saldrán de fiesta, como si estar vivo y tener trabajo y un techo (sí, todos pasamos penurias, pero a veces hay que relativizar) y caminar libres de minas y de fuego a discreción no fuera motivo suficiente como para ir por la calle dando saltos.
Las ingenuidades que cometen los turistas, el color de su inocente felicidad, su candidez (en sus ojos no existe el tiempo, el paraíso parece eterno), me hacen recordar lo humano y por un rato dejo de ser robot.
Mañana gris, humedad empozada. Viento.
Del cigarrillo de Lorca emana la siguiente historia: un profesional de la música, tras veinte años de dedicación, tira la toalla, decepcionado, enfadado, sin haber sido capaz de vivir de ello.
Me pregunto con qué se ilusionará a partir de ahora, si abandona el arte.
Cuando eres un trabajador, sabes que van a venir a robar tu dinero.
Quienes trabajamos pero quisiéramos no trabajar (trabajo=vender nuestro tiempo por algo que no nos importa demasiado a cambio de un salario bajo que no llega a final de mes y nos obliga a endeudarnos, sin casa propia, sin pensión futura *esclavitud ¿quizás?/hay quien se cree clase media*), asumimos que no somos genios y que por tanto no podemos vivir de nuestro arte, o por lo menos, no completamente. Pero somos prisioneros de ciertas comodidades y vicios, así que aceptamos la transacción, cuando podríamos tirarnos al viento y ver qué pasa.
En ese equilibrio flojo pasamos días de éxtasis y días miserables.
Pretender triunfar es peligroso, como lo es toda vanidad. Ya se sabe, sin embargo, que en ocasiones quien la sigue la consigue. Y que en tiempos de agobio es esa vanidad la que nos rescata del pozo.
Marga dijo: “quisiera dejarlo todo, empezar otra vida, pero ¿qué? Tengo cuarenta años, dos niños. No quiero cambiar de trabajo para hacer lo mismo y cobrar menos. Y no sé hacer ninguna manualidad, no sé escribir, no sé cantar…”
Envidio a Merlí porque toda su pretensión en la vida es ser él mismo, que le dejen ser quien quiere ser, sin obligaciones, sin presiones. Y todavía es más admirable su empresa porque cree ser capaz de lograrlo aquí, en la ciudad de los frustrados, la ciudad, también, de las nuevas ilusiones cuyo tiempo de morir aún no ha llegado. La ciudad donde sus seres queridos le aleccionamos sobre las decisiones que debería tomar. Yo en su lugar hace tiempo que me hubiera ido lejos. Pero qué puedo saber yo, que sólo soy una cobarde más.
Me cuesta comprender el mundo y me indigno a menudo: indignación vana que aburre a mis amigos, exhaustos de intentar vivir la vida con alegría, en el viejo continente de los odios, las mentiras, las envidias. El continente en el que, para protegernos, en lugar de abrirnos (al extranjero, a la crítica, a la posibilidad), nos encerramos (con nuestro orgullo, nuestras nostalgias, nuestros egocéntricos sueños de grandeza). El continente que huele a muerte, a melancolía, a mezquindad.
Pero no me quejo de mi vida. ¿Cómo podría? Mi vida es todo cuanto tengo. Mataría por ella. Hay gente que detesta su vida y no hace nada para cambiarla, que se arrastra por el mundo chupando del optimismo de los demás.
Luego un día estás jugando un partido de fútbol, te colapsas congénitamente y a tomar por el culo. ¡Ta-rá!
Y si naciste en ciudades basura o en la jungla, ya ni siquiera tienes la oportunidad.
¿Quién tira la toalla del arte, de la amistad, de la humanidad? No todo es cuestión de fe. Ni de suerte. Cálculo de posibilidades para un mundo atómico y autómata. Habrá que ser racional, quizás, y no perder la serenidad.